martes, 28 de abril de 2009

WINSTON CHURCHILL Vs. ADOLF HITLER

“Sangre, sudor y lagrimas”


[…Formar un nuevo gabinete de estas proporciones y complejidad es una tarea difícil en sí misma; debemos recordar que estamos en las fases preliminares de una de las más grandes batallas de la historia, que estamos combatiendo en muchos puntos de Noruega y de los Países Bajos, que estamos preparados en el Mediterráneo, que la batalla en el aire es continua y que muchos preparativos deben llevarse a cabo aquí y en el exterior. Espero que se me pueda perdonar si no me extiendo hoy mucho al dirigirme a la Cámara. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que hayan sido afectados por la remodelación política, disculpen plenamente la falta total de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Le diré a la Cámara, como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.


Tenemos ante nosotros una terrible experiencia de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos largos meses de lucha y sufrimiento. Si me preguntáis:
¿Cuál es nuestra política? Os lo diré: hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra fuerza y con toda la fuerza que Dios nos conceda; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca antes superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.


Si me preguntáis; ¿Cuál es nuestro objetivo? Responderé con una palabra:
Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia. Tened esto por cierto; no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el empuje y el impulso de nuestro tiempo, para que la humanidad avance hacia su meta. Pero yo, asumo mi tarea con optimismo y esperanza.


Estoy seguro de que la humanidad no padecerá por el fracaso de nuestra causa. En esta hora, me siento autorizado para reclamar la ayuda de todos y pediros: “Venid pues, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas.”]


Análisis del discurso. ¿Qué supuso?


Sólo tres días después de ser nombrado Primer Ministro tras la dimisión de Chamberlain, Winston Churchill proclamó, el 13 de mayo del 40 en la Cámara de los Comunes, su determinación de luchar con todas las consecuencias y hasta el final con “sangre, sudor y lágrimas”. Europa estaba en crisis: Hitler acababa de invadir Francia y Holanda. Con esta primera declaración tras ser nombramiento, Churchill pretendía elevar la moral de su pueblo y llenar de apoyo al Ejército que habría de luchar en adelante en manifiesta inferioridad. Pocas semanas después de este discurso, el Gabinete de Guerra intentaba movilizar a los británicos a la resistencia, mientras la Luftwaffe bombardeaba sin descanso la ciudad de Londres.


Debido a su formidable experiencia política, su gran carisma y su persuasiva habilidad oratoria, Churchill logró convencer a todos para que lucharan sin ceder “un preciado palmo de tierra”. La rendición para él, siempre fue algo innegociable, que en ningún caso estaba dispuesto a aceptar. Pese a las derrotas sufridas en la primera fase de la guerra y los bombardeos que sufrieron Londres y las más importantes ciudades de las islas durante diez meses, Churchill persuadió a los británicos de la necesidad de resistir.


Así pues, Churchill despreció la posibilidad de pactar con la Alemania nazi y empujó a su recién creado Gobierno y al pueblo británico a resistir. Además, comprendió, desde que la guerra dio comienzo para Reino Unido en septiembre del 39, que el pacto con Hitler equivaldría al suicidio del Imperio Británico como potencia dominante mundial y al final del modelo europeo en que él creía. De hecho, Winston Churchill fue uno de los pocos políticos que en ese momento supieron calibrar el riesgo que entrañaba el autodenominado Führer.


El Gabinete de Guerra británico formado en 1940, en el centro sentados:

Churchill y Atlee


El Gabinete de Guerra presidido por Churchill nació dividido: dos de los miembros con mayor peso político, Chamberlain y Lord Halifax- ministro de Exteriores-, eran partidarios de una negociación con Hitler para poner fin a la guerra. Chamberlain y Halifax, como otros políticos británicos, no eran necesariamente cobardes ni adolecían de falta de patriotismo. Pensaban que una Inglaterra aislada y con equipamiento militar deficiente no podría resistir la supremacía aérea de la Luftwaffe, con bases en la costa atlántica que posibilitarían los bombardeos sobre las ciudades de Reino Unido. Por tanto ellos, como otros miembros de la clase política, estaban dispuestos a pactar la paz con Hitler, cuyo precio era el reconocimiento de las conquistas militares del Ejército nazi.


Durante toda la guerra, Churchill hubo de hacer frente a graves incertidumbres sobre la conclusión de una guerra, que pocos líderes británicos creían que se podía ganar. Según se ha sabido después, los jefes del Ejército en mayo de 1940, creían que Gran Bretaña no estaba entonces en condiciones de resistir una invasión alemana, apoyada por la incontestable supremacía aérea de la Luftwaffe, que doblaba en aparatos a la RAF. Sin embargo, los bombardeos sobre Londres no consiguieron doblegar los británicos decididos a no capitular, tras las arengas de su veterano Primer Ministro.


Enemistad entre Churchill y Hitler


Sir Winston Leonard Spencer Churchill nació en el Palacio de Blenheim el 30 de noviembre de 1874 y murió en Londres el 24 de enero de 1965. Fue militar, político, historiador, escritor y orador.


Adolf Hitler nació en Braunau del Inn el 20 de abril de 1889 y murió suicidado en Berlín el 30 de abril de 1945. Fue un militar y político alemán de origen austriaco que estableció un régimen nacionalsocialista. Recibió el título de Reichskanzler (canciller del Imperio) y Führer (caudillo, líder o guía).


Hitler pretendió destruir la establecida civilización occidental, redibujándola para cambiarla a su antojo. La radicalidad del compromiso con los valores democráticos de Churchill cambió probablemente el curso de la historia de Europa. A diferencia de su antagonista alemán, él deseaba preservar el establecido orden mundial como demostró en su primera alocución como Primer Ministro en la Cámara de los Comunes, cuando expresó su inquietud diciendo “no habrá supervivencia para el empuje y el impulso de nuestro tiempo, para que la humanidad avance hacia su meta” siempre que el nazismo triunfase.


Los dos fueron políticos con un gran instinto de supervivencia. Ambos lucharon en la Primera Guerra Mundial salvándose en las trincheras. Posteriormente ambos se convirtieron en los últimos estadistas europeos que no tuvieron reparo ninguno, debido a la amplia preparación militar de los dos, en intervenir directamente en la toma de decisiones estratégicas y tácticas de la guerra


Churchill no fue jamás un político pragmático o acomodaticio. Durante su trayectoria política, cambió de partido aunque nunca de ideas y tuvo su particular travesía del desierto durante en algunos años del período de entreguerras. Los rasgos más determinantes de la trayectoria política de Hitler fueron la demagogia y la propaganda: dos pilares esenciales en su acción política que aparecen nítidamente en su obra Mein Kampf, recopilación autobiográfica y política a la par, donde definió el nacionalsocialismo.


Nadie hubiera apostado por Gran Bretaña frente a la Alemania victoriosa del verano del 40, pero Churchill demostró que las convicciones pueden ser tan decisivas como la artillería pesada. Si Churchill hubiera flaqueado en aquel momento, su país habría tenido que firmar una paz vergonzosa con Alemania o habría acabado perdiendo la guerra, pero tuvo la lucidez de darse cuenta del abismo que se abría bajo sus pies: comprendió que era más importante correr el riesgo de morir con dignidad que vivir condenando a su pueblo al nazismo.


Los dos emplearon rasgos similares para ganar el poder. Ambos fueron los mejores oradores de su tiempo: la tenacidad, la perseverancia y la oratoria les sirvieron para conseguir sus fines. Poseían dos de esas cualidades; la tercera, la aprendieron: no eran grandes oradores, pero se hicieron con ese arte. Churchill pasaba 14 horas ante el espejo preparando discursos. Hitler se curtió en la calle y los bajos fondos, en las cervecerías donde acudía a ver a los cómicos para aprender y copiar, los tiempos y ritmos de los discursos. A los dos líderes además, les unió su gusto por la pintura, si bien su afición durante los tiempos de guerra fue prácticamente abandonada.


Ambos fueron políticos muy autoritarios, pero lo que convirtió a uno en dictador sangriento y al otro no, fueron rasgos de su temperamento. Churchill fue durísimo, pero no cruel. Fue un hombre de carácter difícil que se hundía ocasionalmente en los abismos de la depresión y el mal humor. Sin embargo tenía un gran sentido del humor y capacidad de reírse de sí mismo, como demuestra su celebre cita: “quien habla mal de mí a mis espaldas, mi culo contempla”. Semejante pensamiento resulta imposible de imaginar en Hitler.


Todo un mundo les separaba, no sólo por sus ideas políticas, sino también por sus orígenes sociales. Mientras Hitler era hijo de un aduanero austriaco, Churchill era descendiente –bisnieto- del Gran Duque de Marlborough y por tanto pertenecía a la gran aristocracia inglesa. En el trato humano con sus colaboradores, por ejemplo, también había diferencias cruciales. Hitler era más cercano, se acordaba de sus cumpleaños o les visitaba si estaban enfermos. Churchill, en cambio, se mostraba duro.



El legado de Churchill y las condecoraciones recibidas fueron múltiples. Perdió en 1945 las elecciones, a favor de Atlee. Pese a haber ganado la Guerra Mundial su pueblo lo condenó a la oposición. En 1951 venció y comenzó su segundo mandato como Primer Ministro. En 1953 le fue otorgado el Premio Nóbel de Literatura por “su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”. En 1955 a Churchill le fue concedió el título de Duque de Londres, cuyo nombre él mismo eligió, aunque más tarde lo declinó. En 1956, recibió el Premio Carlomagno por su contribución a la causa de la paz en Europa. Además, fue la primera persona en obtener la ciudadanía honoraria de Estados Unidos en 1963.


Por su parte Hitler, renunció a huir de Berlín y se suicidó con un tiro de pistola e ingiriendo una cápsula de cianuro el 30 de abril de 1945 junto a su entonces esposa Eva Braun y unos pocos incondicionales, cuando el Ejército Rojo que tomaba Berlín se encontraba a menos de 300 metros de su búnker. Las políticas sociales de Hitler consistieron en el concepto de “higiene racial” basado en las ideas de eugenesia y darwinismo social. “La supervivencia de los más aptos” fue interpretada como una exigencia de la pureza racial. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Régimen nazi asesinó aproximadamente a 14 millones de personas, entre ellos seis millones de judíos, asesinados en los campos de concentración, los guetos, las ejecuciones en masa y a través de otros métodos como los experimentos médicos. Posteriormente el nazismo y cualquier reminiscencia ideológica afín fueron prohibidos en casi toda Europa y gran parte de sus líderes fueron condenados durante los juicios de Nuremberg.


Recientemente, el libro El pacto Churchill-Hitler del autor argentino, Carlos de Nápoli cuenta como a mediados de 1941, los aparentemente irreconciliables Hitler y Churchill firmaron un acuerdo de paz provisional secreto, en contra de su enemigo en común: la URSS. Argumenta de Nápoli, que durante dos meses no se registraron ataques entre ambos países y que esta tregua sirvió al Führer para comenzar la Operación Barbarroja teniendo asegurado el Frente Occidental. Esta investigación pretende hacer una revisión histórica y mostrar los lados oscuros del líder británico, históricamente considerado “sacrificado defensor de la libertad”.

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